La hipoteca impagable y el fin (temporal) de los desahucios

Interesante novela de Evelyn Waugh, autor también de Retorno a Brideshead. No sé por qué se me habrá venido a la cabeza...

Interesante novela de Evelyn Waugh, autor también de Retorno a Brideshead. No sé por qué se me habrá venido a la cabeza...

Lo primero de todo, invitaros a responder a la encuesta que hemos puesto esta semana sobre el controvertido tema de los desahucios. Porque lo cierto es que todas las opciones son buenas y todas tienen razón. Las analizamos una a una:

Sí, hay que detener lo desahucios porque quizás eso lleve a modificar una ley hipotecaria abusiva y también un poco simplona, basada en la buena fe de las partes y en que todo el mundo se comporta, como dice el código mercantil, “como un honrado y probo padre de familia”, Los hechos, sin embargo, parecen confirmar más bien la teoría de juegos, según la cual todo el mundo se comporta tratando de buscar su beneficio, sin importarle los marrones (a las que en bonito se  llama externalidades ) que van quedando a su paso. Por ese mecanismo, mucha gente obró de manera imprudente, comprando un piso mayor o mejor de lo que podía pagar, y muchos bancos dieron hipotecas a gente que dejaría de pagarlas en cuanto soplase la primera brisa en contra. La ley hipotecaria, por tanto, no está ni con los tiempos ni a su altura, y tiene que buscar una mejor adaptación a al realidad económica actual.

La suspensión temporal de los desahucios perjudicará a los que todavía pagan, porque los recursos de los bancos van a estar orientados a cubrir este boquete durante un buen periodo de tiempo. Si lo que necesitábamos era clarificar la situación y que se supiera cuanto antes cual es la situación real de nuestro sector financiero y sus activos tóxicos, impedir a los bancos la liquidación de impagados puede llevar la necesidad de recapitalización a cuotas desconocidas. Y ojo, que no digo altas, sino desconocidas, lo que es mucho peor en un momento como el presente, donde parecer ser mejor la muerte que la incertidumbre. Además, los españoles nos conocemos: una vez que desaparece la amenaza de que te pongan en la calle, ¿cuántos creéis que dejarán de pagar de los que ahora estaban pagando? Pronto conoceremos las cifras, pero preveo un repunte importante en la morosidad. Al tiempo.

Sí, los desahucios son un drama y una tragedia, y no sólo personal, sino también económica para todo el país. No me extiendo más, porque ya hablé sobre ello hace unos días. Aquí os dejo el enlace

Por último, es cierto también que la paralización de los desahucios perjudicará a la credibilidad exterior de nuestros bancos y nuestras cuentas, lo que se convertirá en una nueva ronda del efecto dominó. Como los bancos tienen menos medios para recuperar lo prestado, tendrán más dificultades para acceder a la financiación, prestarán menos, subirá el paro, y entraremos en otra ronda depresiva, sin ni siquiera el alivio de que el Gobierno venga al rescate, porque tampoco habrá quien compre la deuda pública.

La alternativas, por tanto, es simple: o vamos de duros y nos estrellamos, o vamos de compasivos, y nos estrellamos. Visto así, como España es país católico, preferiremos estrellarnos por resultar compasivos. Lo malo es que la Merkl es hija de un pastor protestante y no ni abogada ni licenciada en filosofía, sino en Física. O sea que entenderá que los pecadores deben pagar por sus pecados y que dos y dos son cuatro.

Lo demás, monsergas.

Ya lo veréis.

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Acerca de Ladríllez

Javier Pérez Fernández (Zamora, 1970) Director durante 10 años de la revista universitaria dela Universidad de León, ha participado en casi todos los foros asociativos y juveniles de la ciudad. Escribe desde los 14 años en periódicos y revistas, especialmente Bedunia, como satírico, y en el diarioLA CRÓNICA-EL MUNDO, donde realizó un suplemento dominical sobre historia militar leonesa. Profesionalmente, se especializó en marketing y economía agraria. Trabaja como comercial de publicidad para medios de comunicación y dirige una casa de turismo rural en la montaña leonesa. En cuanto a trayectoria literaria, empezó por el verso satírico, estudió métrica y composición clásica y es autor de más de mil poemas, aunque jamás se consideró poeta. Más constante ha sido su dedicación al columnismo de prensa, medio en el que ha publicado más de ochocientos artículos en los últimos veinte años. Como autor de relatos cortos, ha tratado de conciliar la temática escabrosa con el estilo irónico, lo que le ha valido más reconocimientos que amistades. En total tiene escritos más de doscientos relatos y ha recibido casi una veintena de premios en este campo. Pero el género donde considera que mejor se desenvuelve es el de la novela. Escribió su primera obra de más de doscientas páginas a los dieciocho años, aunque afirma que sólo permitiría su difusión bajo amenaza a punta de pistola. Desde entonces, ha escrito una enorme epopeya espacial de más de dos mil folios, y cinco novelas, una de las cuales,la Crin de Damocles, le valió el premio Azorín 2006. La espina de la amapola, Ed. Planeta 2008. El Gris. Ediciones B. 2010 -La crin de Damocles, Ed. Planeta 2006. Premio Azorín de novela. -Viento Divino. Caja Murcia. Instituto Castillo Puche. -Antología poética Antonia Pérez Alegre. Fundación Espejo 2005. -Apagar el sol. Ayuntamiento de Toledo. Premio narrativa femenina 2005 -Historias para catar. Tropo Editores 2007 -Diversas antologías y colecciones de cuentos.

3 pensamientos en “La hipoteca impagable y el fin (temporal) de los desahucios

  1. dabeman

    Ladríllez, el que entienda la introducción de “Economía en una Lección” de Henry Hazlitt entenderá lo que afirmas y sus desastrosas consecuencias. La mayoría, seguirá gritando desde su ignorancia.

    La expongo aquí porque a pesar de tratarse de una obra de 1946 es a día de hoy más actual que nunca.

    “ECONOMIA EN UNA LECCIÓN”

    LA LECCIÓN

    La Economía se halla asediada por mayor número de sofismas que cualquier otra
    disciplina cultivada por el hombre. Esto no es simple casualidad, ya que las dificultades
    inherentes a la materia, que en todo caso bastarían, se ven centuplicadas a causa de un
    factor que resulta insignificante para la Física, las Matemáticas o la Medicina: la marcada
    presencia de intereses egoístas. Aunque cada grupo posee ciertos intereses económicos
    idénticos a los de todos los demás, tiene también, como veremos, intereses contrapuestos
    a los de los restantes sectores; y aunque ciertas políticas o directrices públicas puedan a la
    larga beneficiar a todos, otras beneficiarán sólo a un grupo a expensas de los demás. E1
    potencial sector beneficiario, al afectarle tan directamente, las defenderá con entusiasmo
    y constancia; tomará a su servicio las mejores mentes sobornables para que dediquen
    todo su tiempo a defender el punto de vista interesado, con el resultado final de que el
    público quede convencido de su justicia o tan confundido que le sea imposible ver claro
    en el asunto.

    Además de esta plétora de pretensiones egoístas existe un segundo factor que a diario
    engendra nuevas falacias económicas. Es éste la persistente tendencia de los hombres a
    considerar exclusivamente las consecuencias inmediatas de una política o sus efectos
    sobre un grupo particular, sin inquirir cuáles producirá a largo plazo no sólo sobre el
    sector aludido, sino sobre toda la comunidad. Es, pues, la falacia que pasa por alto las
    consecuencias secundarias.

    En ello consiste la fundamental diferencia entre la buena y la mala economía. E1 mal
    economista sólo ve lo que se advierte de un modo inmediato, mientras que el buen
    economista percibe también más allá. El primero tan sólo contempla las consecuencias
    directas del plan a aplicar; el segundo no desatiende las indirectas y más lejanas. Aquél
    sólo considera los efectos de una determinada política, en el pasado o en el futuro, sobre
    cierto sector; éste se preocupa también de los efectos que tal política ejercerá sobre todos
    los grupos.

    El distingo puede parecer obvio. La cautela de considerar todas las repercusiones de
    cierta política quizá se nos antoje elemental. ¿Acaso no conoce todo el mundo, por su
    vida particular, que existen innumerables excesos gratos de momento y que a la postre
    resultan altamente perjudiciales? ¿No sabe cualquier muchacho el daño que puede
    ocasionarle una excesiva ingestión de dulces? ¿No sabe el que se embriaga que va
    despertarse con el estómago revuelto y la cabeza dolorida? ¿Ignora el dipsómano que está
    destruyendo su hígado y acortando su vida? ¿No consta al don Juan que marcha por un
    camino erizado de riesgos, desde el chantaje a la enfermedad? Finalmente, para volver al
    plano económico, aunque también humano, ¿dejan de advertir el perezoso y el
    derrochador, en medio de su despreocupada disipación, que caminan hacia un futuro de
    deudas y miseria?

    Sin embargo, cuando entramos en el campo de la economía pública, verdades tan
    elementales son ignoradas. Vemos a hombres considerados hoy como brillantes
    economistas condenar el ahorro y propugnar el despilfarro en el ámbito público como
    medio de salvación económica; y que cuando alguien señala las consecuencias que a la
    larga traerá tal política, replican petulantes, como lo haría el hijo pródigo ante la paterna
    admonición: «A la larga, todos muertos.» Tan vacías agudezas pasan por ingeniosos
    epigramas y manifestaciones de madura sabiduría.

    Por consiguiente, bajo este aspecto, puede reducirse la totalidad de la Economía a una
    lección única, y esa lección a un solo enunciado: El arte de la Economía consiste en
    considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus
    consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo,
    sino sobre todos los sectores.

    Nueve décimas partes de los sofismas económicos que están causando tan terrible daño
    en el mundo actual son el resultado de ignorar esta lección. Derivan siempre de uno de
    estos dos errores fundamentales o de ambos: el contemplar sólo las consecuencias
    inmediatas de una medida o programa y el considerar únicamente sus efectos sobre un
    determinado sector, con olvido de los restantes.

    Naturalmente, cabe incidir en el error contrario. Al ponderar un cierto programa
    económico no debemos atenernos exclusivamente a sus resultados remotos sobre toda la
    comunidad. Es éste un error que a menudo cometieron los economistas clásicos, lo cual
    engendró una cierta insensibilidad frente a la desgracia de aquellos sectores que
    resultaban inmediatamente perjudicados por unas directrices o sistemas que a largo plazo
    beneficiarían a la colectividad.

    Pero son ya relativamente muy pocos quienes incurren en tal error, y esos pocos, casi
    siempre economistas profesionales. La falacia más frecuente en la actualidad; la que
    emerge una y otra vez en casi toda conversación referente a cuestiones económicas; el
    error de mil discursos políticos; el sofisma básico de la «nueva» Economía, consiste en
    concentrar la atención sobre los efectos inmediatos de cierto plan en relación con sectores
    concretos e ignorar o minimizar sus remotas repercusiones sobre toda la comunidad. Los
    «nuevos» economistas se jactan de que su actitud supone un enorme, casi revolucionario,
    avance en orden a los métodos de los economistas «clásicos» u «ortodoxos», por cuanto a
    menudo descuidan los efectos que ellos tienen siempre presentes. Ahora bien, cuando, a
    su vez, ignoran o desprecian los efectos remotos, están incidiendo en un error de mayor
    gravedad. Su preciso y minucioso examen de cada árbol les impide ver el bosque. Sus
    métodos y las conclusiones deducidas son, con harta frecuencia, de profunda índole
    reaccionaria y a menudo asómbrales el constatar su plena coincidencia con el
    mercantilismo del siglo XVII. De hecho vienen a caer en aquellos antiguos errores (o
    caerían si no fueran tan inconsecuentes) de los que creíamos haber sido definitivamente
    liberados por los economistas clásicos.

    Suele observarse con disgusto que los malos economistas propagan sus sofismas entre las
    gentes de manera harto más atractiva que los buenos sus verdades. Laméntase a menudo
    que los demagogos logren mayor asenso al exponer públicamente sus despropósitos
    económicos que los hombres de bien al denunciar sus fallos. En esto no hay ningún
    misterio. Demagogos y malos economistas presentan verdades a medias. Aluden
    únicamente a las repercusiones inmediatas de la política a aplicar o de sus consecuencias
    sobre un solo sector. En este aspecto pueden tener razón; y la réplica adecuada se reduce
    a evidenciar que tal política puede también producir efe ctos más remotos y menos
    deseables o que tan sólo beneficia a un sector a expensas de todos los demás. La réplica
    consiste, pues, en completar y corregir su media verdad con la otra mitad omitida. Ahora
    bien, tener en cuenta todas y cada una de las repercusiones importantes del plan en
    ejecución requiere a menudo una larga, complicada y enojosa cadena de razonamientos.
    La mayoría del auditorio encuentra difícil seguir esta cadena dialéctica y, aburrido,
    pronto deja de prestar atención. Los malos economistas aprovechan esta flaqueza y
    pereza intelectual indicando a su público que ni siquiera ha de esforzarse en seguir el
    discurso o juzgarlo según sus méritos, porque se trata sólo de «clasicismo», «laissez
    faire», «apologética capitalista» o cualquier otro término denigrante, de seguros efectos
    sobre el auditorio.

    Hemos precisado la naturaleza de la lección y de los sofismas que aparecen en el camino
    en términos abstractos. Pero la lección no será aprovechada y los sofismas continuarán
    ocultos a menos que ambos sean ilustrados con ejemplos. Con su ayuda podremos pasar
    de los más elementales problemas de la Economía a los más complejos y difíciles.
    Mediante ellos aprenderemos a descubrir y evitar, en primer lugar, las falacias más
    crudas y tangibles, y finalmente, otras más profundas y huidizas. A esta tarea procedemos
    a continuación.

  2. Enryque

    La verdad es que Dabeman me ha dejado mudo, pero leo que la Ley hipotecaria actual se promulgo a principios del siglo anterior, y me pregunto como es posible, que después de una transición varios gobiernos del PSOE y del PP, no se haya cambiado una Ley obsoleta y que tengan que esperar a tres suicidios para decidir cambiarla. Si es una Ley correcta y apropiada, porque cambiarla? y si es mala porque narices no la cambiaron hace quince años o más

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