Gracias por la bienvenida y encantado de estar por aquí, peleando a teclazos con esta crisis que, más que nada, me parece un fantasma revenido de las bombillas de 40 W y las escaleras con olor a berzas torturadas de otras épocas.
Estos son tiempos de echar cuentas a todas horas. Y yo creo que una de las cosas que más nos interesan a los que a la fuerza hemos aprendido a echar cuentas de memoria, es seguir la pista al dinero para tratar de averiguar por qué escapa de nosotros.
Porque lo cierto es que poco a poco se ha ido instalando en la sociedad y en el mercado una mecánica que extrae riqueza de los particulares para concentrarla en pocas manos.
Uno de los casos que más me llaman la atención es el de los salarios concebidos como retribución suficiente para el sustento individual y familiar. Otro día, si queréis, hablamos de qué es lo que ha pasado para que antes se pudiese vivir con un sólo sueldo y hoy no llegue siquiera con dos, sobre todo a los hipotecados. Hoy me interesa, porque está en la base de la pirámide, el salario de los jóvenes.
Los salarios que en multitud de casos pagan las empresas a los jóvenes sólo son aceptables si se cuenta con la ayuda de la familia. Hoy en día hay demasiados empleos que se ofrecen en el entendimiento tácito de que quien los desempeña no podrá mantenerse con el salario que percibe, de manera que el empleador recibe el cien por cien del trabajo, pero sólo sufraga el cincuenta o el sesenta por ciento de los gastos vitales de su empleado.
En otros tiempos las empresas buscaban financiación extraordinaria intentando que el Ayuntamiento o la Diputación, por ejemplo, les regalase suelo en un polígono industrial. Ahora lo que podemos ver es a un padre que le dice a su hijo que acepte ese trabajo de quinientos euros, que ya le echará él una mano con la vivienda, o con los garbanzos de fin de mes.
De este modo, si os dais cuenta, lo que tenemos ante nosotros es que las familias subvencionan directamente a las empresas, pagando de su bolsillo una parte de los costes laborales.
Alucinante, ¿no?
A este paso acabaremos envidiando a Kunta Kinte, que por lo menos no tenía que pedirle dinero a su padre a fin de mes después de pagar los recibos y la hipoteca.