Nuevamente es sábado, el día de los temas pendientes. Dejé comprometida hace algún tiempo una explicación sobre por qué, hasta hace unos cuantos años, una familia se mantenía con el trabajo de uno y hoy a duras penas se sostiene trabajando los dos miembros del matrimonio. Este es un tema muy complejo que puede dar para una tesis doctoral entera (o dos si son pequeñas), pero me atrevo a resumirlo aduciendo cuatro razones:
-1- No se ha trasladado la mejora tecnológica al poder adquisitivo.
El hecho de que disfrutemos de mejores aparatos y mayores comodidades en la vivienda, por ejemplo, no justifica su aumento de precio. Costaba igual, o más, fabricar hace cien años una ventana de madera con los cristales laminados casi a mano que una ventana de aluminio actual con doble cristal aislante. El material es mejor, pero su coste no ha crecido. El encarecimiento no viene, por tanto, ni de los materiales ni de la mano de obra, sino de las condiciones estructurales del entorno, que fijan los precios atendiendo al esfuerzo posible del comprador en vez de a los costes. Resumo con un ejemplo: si trabajaran los niños y la gente pudiese pagar más por la vivienda, esta se encarecería de inmediato, porque su precio no depende de lo que ha costado, sino de la máxima cantidad que se puede sacar por ella a alguien que la necesita. La vivienda y otros bienes de primera necesidad siguen la misma mecánica que la botella de agua en el desierto, cuyo precio puede ser el de todo el patrimonio presente y futuro del que se está muriendo de sed. A esto se le llama el poder de la escasez y hay literatura económica a mansalva sobre ello, si os interesa.
-2- Entrada de la mujer en el mercado laboral.
Me da igual si decir esto es políticamente correcto o no: las reivindicaciones feministas no triunfaron porque fueran justas, sino porque eran interesantes para el gran capital. En el siglo XIX, padre de todas las delicias y de todas las infamias, se decía que una familia trabajaría hasta cubrir sus expectativas de prosperidad, fuesen estas las que fueran. Al entrar la mujer, años después, en el mercado laboral, se aumentó la mano de obra disponible, lo que abarató la hora de trabajo por la simple ley de la oferta y la demanda. Automáticamente, los salarios reales bajaron y las familias ahora, con el trabajo de los dos, pueden conseguir más o menos lo que antes se conseguía con el de uno. Algunos autores afirman que hoy en día nos permitimos viajes y otros gastos imposibles de imaginar décadas atrás, por lo que el salario de dos personas equivale en realidad al de 1,5 trabajadores de antes. Otros, menos optimistas, rebaten esta tesis diciendo que se obtienen algunos productos extra, pero se pierden otros, como el cuidado de los hijos, que ahora queda en manos de las guarderías, o el de los mayores, entre otros, que son producción real aunque fuera del mercado y por tanto del PIB.
-3- Desestructuración social.
Por mucho que sean los partidos de izquierda los que tradicionalmente han apoyado avances sociales como el divorcio y la apertura social, se da la paradoja de que estos fenómenos benefician al gran capital antes que al obrero, y esa es, a mi juicio, la razón de que hayan triunfado de manera tan rotunda. El ejemplo es claro: una familia unida puede sostener con el trabajo de uno, pero si hay un divorcio, por ejemplo, tendrán que trabajar los dos para poder mantener dos domicilios, con doble de muebles, doble de cuotas mínimas (agua, luz, etc.). En otros tiempos, la religión logró que estuviese mal visto quedarse soltero, pero a la sociedad del gran capitalismo le interesa el “single” más que ninguna otra especie de ciudadano, porque tiene que aceptar cualquier trabajo, presiona a la baja los salarios, y consume prácticamente todos sus recursos. La familia, sobre todo en su concepto mediterráneo, es un estorbo para el capital, pues ejerce de póliza de seguros y hace que la gente sea reacia a aceptar según qué cosas y según qué condiciones laborales.
-4- Apertura del mercado.
En este punto seré breve: no se puede competir con el caballo a dar patadas ni con el toro a dar cornadas. Sin embargo, competimos para producir más barato en agricultura o industria con países que no cumplen nuestras mismas normas ni exigen nuestras mismas garantías.
De estos último, y de por qué hacen las autoridades la vista gorda con ciertas prácticas desleales, hablamos otro día.
Para dejar algo pendiente, más que nada.