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Costes que implica una hipoteca

Estamos conscientes de que las hipotecas suelen cubrir, no el monto total de nuestro inmueble, sino solo una parte, y se nos solicita una parte como anticipo, este por lo general asciende hasta un 20% obligatorio. Por lo que muchas veces podemos considerar que teniendo únicamente el monto equivalente a nuestro anticipo podemos realizar la compra de un inmueble valiéndonos de una hipoteca.

Costes hipoteca

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Lo más aconsejable es contar con una mayor cantidad de ahorros que nos permitan tener un margen para poder dar el anticipo y contar con una pequeña reserva.

Y esta reserva no es solo necesaria porque siempre existe la posibilidad de requerir un gasto imprevisto, sino porque también existen otros costes asociados a una hipoteca que debemos tener en cuenta.

El primer coste que viene unto a la hipoteca es realizar la documentación legal necesaria para validar que el inmueble es de nuestra propiedad, y estos trámites conllevan costes que es necesario cubrir como clientes.

Otro coste que viene con la adquisición de un inmueble mediante una hipoteca puede ser la comisión por otorgar el crédito, y es que este coste no lo incluyen todas las instituciones bancarias, por lo que es un requisito el informarnos bien para así estar conscientes de si requeriremos cubrir dicho gasto.

Otro asunto que suele conllevar costes es debido a algún seguro que se nos solicite durante la duración de la hipoteca, existen varias modalidades, en algunas el pago puede incluirse en el pago mensual de la hipoteca, mientras que en otras ocasiones puede realizarse un pago anual.

De dónde salen los servicios públicos

Sujeto pasivo del impuesto del tábaco pasándose a la economía sumergida.

Sujeto pasivo del impuesto del tábaco pasándose a la economía sumergida.

No sé vosotros, pero yo tengo a menudo la impresión de que los servicios públicos, y los presupuestos públicos, padecen del gen borroso: como son demasiado grandes y complejos, parecen venir del aire y se desdibujan en partidas en las que todo el mundo quiere influir sin darse cuenta de que lo que se pone en un lado se saca de otro.

Veo muy bien, y lo digo de veras, la ley de dependencia y que se ayude a las personas que se hacen cargo de los que no pueden valerse por sí mismos. Veo muy bien que haya guarderías públicas, enseñanza pública, sanidad universal y gratuita, y todo un montón más de servicios que, unidos, forman el Estado del Bienestar.

Lo que no podemos pretender es ampliar indefinidamente esos servicios sin ampliar al mismo tiempo la riqueza que los paga.

Lo primero que se debería pensar a la hora de exigir o prestar un servicio público es cuánto va a costar, cuánto va a ahorrar por otro lado, y quién lo va a pagar o de dónde se va a quitar el dinero para poder pagarlo. Sin embargo, esto parece un imposible metafísico, y las distintas administraciones se endeudan hasta el infinito y más allá precisamente porque prestan servicios que no pueden permitirse, o que no producen los ahorros o ingresos que se esperaban.

Un caso de buena praxis, por ejemplo, es aumentar los impuestos al tabaco, ya que lo que se deja de recaudar por impuestos cuando la gente deja de fumar, se ahorra en sanidad. Casos de mala praxis hay demasiado para meterme a detallarlos, pero no me resisto a citar la Universidad: si lo que se invierte en educación no se convierte luego en productividad, investigación, desarrollo o mayor cualificación real de los trabajadores en el mundo de la economía real, estamos tirando el dinero por la alcantarilla.

Los servicios no se prestan porque sí: tiene que tener una contrapartida, y si no la tienen, de algún tipo, desconfiad.

Incluso la sanidad de los viejos la tiene: si sabes que te van a cuidar lo mejor posible cuando no tengas noventa años, tendrás un mayor apego al país y te esforzarás más por él que si sabes que te van a tirar por un barranco como en Esparta.

En cuanto a su coste, no se puede pretender que los servicios los paguen siempre unos para que los disfruten el resto. La solidaridad tiene un límite, y una vez traspasado, entramos en un fenómeno peligroso: en el convencimiento de que los demás te explotan.

Por tanto, o se aumenta la riqueza, o se disminuyen los servicios. Parece evidente, pero muchos se resisten a entenderlo.