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La otra visibilidad

La otra cara de Smartphone

La otra cara de Smartphone

Empiezo hoy una serie de artículos veraniegos que, sin ser ajenos a nuestro tema hipotecario, espero que sirvan para abordar el asunto desde otro punto de vista. Porque la hipoteca no es una causa, sino muy a menudo una consecuencia de nuestros males, o de esas cosas que pensamos poco o hacemos sin pensar.

Por ejemplo, la diferencia entre lo que hacemos y los demás perciben. O lo que hacemos para que los demás lo vean, con necesidad o sin ella de ofrecer una imagen determinada.

Estamos en un momento en que la visibilidad de cualquier acción lo es todo: compartir fotografías, difundir artículos, expresar opiniones en las redes sociales y, en general, dar a conocer lo que hacemos o lo que pensamos como modo de hacerlo crecer, o simplemente ponerlo en el mercado. Está bien, porque así funciona el marketing, pero a veces olvidamos a toda esa gente que hace funcionar el mundo y que simplemente trabaja y calla. Y de esa cerrazón sale un sesgo, un engaño, que nos induce a pensar que los que no asoman por nuestro mundillo digital no existen en la realidad…. Hasta que llegan las elecciones, por ejemplo, y acuden en masa a votar lo contrario de lo que decían las encuestas.

Y esas personas, rancias y viejas, anticuadas y analógicas, no son ceros a la izquierda. Sin esa gente, de la que sobran ejemplos, y más sobrarían si echásemos la vista atrás en nuestras propias familias, todo se iría al carajo en cuestión de días. Sin esa gente, la verdadera mayoría silenciosa, que ni hace click, ni grita, descubriríamos que la capa superior de nuestra civilización, la que se interconecta y genera intercambios, sería una especie de capa levitante, sin apoyo material sobre la tierra.

Hacer ruido es una opción, pero no se trata de una opción de vida, sino de una opción publicitaria. Entusiasmarse por cualquier cosa es bueno si quieres ser actor de anuncios de sartenes, pero no si simplemente quieres trabajar, tener una familia y disfrutar de tu tiempo como mejor te plazca.

El problema, creo yo, es que cada vez va quedando menos de esa gente que hace muebles sin hacer muchas virutas, y a medida que esas personas desaparecen, el mundo se vuelve más artificial, más engañoso, sin la solidez de saber que alguien está haciendo lo que sabe hacer, y hay algo real e indudable a lo que agarrarse: una habilidad y una destreza cocinada en años.

Y surgen así fenómenos como las relaciones basadas en páginas de contacto, las amistades de Whatsapp y los tipos de interés negativos en las hipotecas. Cosas que nos afectan, claro que sí, pero que una parte de nosotros mismos no llega a creerse.

Como si estuviésemos en un sueño. Como si estuviésemos en coma.

La hipoteca y la sensación de pobreza

Bombillas apara aumentar la sensación de tristeza...

Bombillas apara aumentar la sensación de tristeza…

Voy a hablar de riqueza y de sensaciones económicas, aunque muy podría referirme también a pobreza moral, esa condición que estamos adquiriendo poco a poco, sin que podamos echarle la culpa a la crisis. De hecho, voy a empezar por ahí…

Hace apenas una semana, se encontró muerta a una mujer en las Vegas después de que se le agotara el dinero en la cuenta del banco. ¿Y es que se había suicidado pro quedarse sin dinero? No. Lo que sucedía era que llevaba seis o siete años muerta, pero como seguía pagando sus recibos, nadie se había preocupado por ella. Comenzaron a llamarla y a intentar visitarla cuando el dinero se agotó y algunas facturas comenzaron a devolverse. Dicho esto, dicho todo, ¿no os parece?

Pero no obstante, insisto, creo que tengo que hablar de pobreza material.

Estamos ya en plena deflación. La vivienda ha bajado del orden de un 35% y los salarios, aunque no han ido tan abajo, llevan el mismo camino. La gente no sólo no tiene dinero, sino que si preguntas por ahí te dicen que no cree que vaya a tenerlo en algún tiempo. No ha bajado sólo la riqueza, sino también la esperanza…

Esto tiene un doble efecto: no sólo somos más pobres, sino que además nos sentimos más pobres, con lo que la demanda se resiente doblemente. ¿Y qué ocurre con las hipotecas? Pues lo mismo y por ese mismo camino.

A medida que los pisos bajan, en lugar de ser más asequibles se convierten en más difíciles de comprar, pues disminuye el número de compradores potenciales a los que los bancos consideran “clientes cualificados“, que son aquellos a los que se les puede prestar el dinero sin riesgo de que en una prueba de estrés cualquiera se entienda que ese préstamo es dudoso.

Y por el lado de los bancos, el balance gime lo mismo que el bolsillo de los ciudadanos: a medida que lso pisos se devalúan, resulta que el dinero que se prestó se ha ido de la caja y lo que quedó en su lugar, que es un piso como garantía, vale cada vez menos. De ahí la situación famélica de las cuentas bancarias.

Por tanto, la deflación de precios y salarios genera un efecto pobreza para todos: para los ciudadanos, porque los ahorro de toda la vida, a menudo invertidos en un piso, valen cada día menos, y para los bancos, porque las hipotecas que que sirven de soporte a sus préstamos valen también cada día menos.

O sea que nada de pensar en dos bandos: cuando baja el nivel del agua, corren peligro de ncallar todos los barcos. Tanto los grandes como los pequeños. Y primero los grandes…