¿Y qué es la puñetera productividad que todo el mundo menciona? Pues una cosa muy simple: la relación entre los recursos empleados y lo que se obtiene de ellos. Matar gorriones a cañonazos es muy eficaz, pero tiene una productividad muy baja.
Para sellar dos papeles, conseguir que al gente sólo robe moderadamente y tener una seguridad jurídica consistente en que los tribunales dictan sentencia cinco años después de presentarse la denuncia, necesitamos a menudo setenta funcionarios, tres edificios, dos coches oficiales, y tres conserjes. ¿No es así? Pues eso es tener una productividad muy baja.
La productividad es el caballo de batalla de la economía española, pero no es algo que se pueda modificar de hoy para mañana, porque implica cambios en muchos, muchísimos aspectos de la vida de un país, algunos tan volátiles como la sociología y otros tan lentos como el nivel educativo.
La productividad de España tiene que mejorar, pero los discursos de los políticos sobre este tema son tan prácticos y realistas como los discursos sobre el frío que hace en León o el calor que hace en Cáceres. Poco a poco se podrá ir cambiando, pero esta variable no es modificable, al menos a gran escala, en periodos corto de tiempo.
Sin embargo, y en mi opinión, nuestra productividad es actualmente tan baja que un pequeño esfuerzo podría suponer un gran rendimiento. Como en Rusia tras la caída de los zares, como en China tras la revolución cultural.
Partir de muy abajo no es bueno, pero al menos genera optimismo.