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El seguro de desempleo y el seguro del coche

 

La cosa está mala...

La cosa está mala...

Hoy voy a hablar de un tema que supone un pellizco muy grande en el gasto público y una balsa de fraude muy importante en el conjunto del gasto público, pero que nadie menciona sabiendo que sacarlo a colación es como abrir las puertas del Infierno.

Se trata del seguro de desempleo y el hecho de que sea igual para todos e igualmente costoso y obligatorio cuando está claro que, por distintas razones, unas personas suponen un riesgo mayor para le sistema que otras.

El contrato de seguro se basa en la idea de cubrir un riesgo con una cantidad que, tomada de modo estadístico, sirva para cubrir el riesgo del conjunto con las aportaciones de los partícipes.

Sin embargo, en el caso del seguro de coche, que es el que todos conocemos, sabemos de sobra que en el coste de ese seguro influyen otras variables, como los años de experiencia del conductor, su edad, sexo, y los siniestros que haya declarado en los años precedentes.

En el seguro de desempleo, sin embargo, no se tiene en cuenta nada de esto, dando lugar a que una serie de grupos cobren sistemáticamente lo que otros aportan.

La pregunta que yo os planteo, es: ¿sería más justo que el seguro de desempleo se acercara un poco más al sistema de los seguro de automóvil? Yo creo que sí.

Esto significaría que habría una parte del seguro fija y obligatoria, que pagaría todo el mundo, y una parte variable y voluntaria que pagaría el que quisiera y que sería más abultada cuanto mayor fuera la probabilidad de que el trabajador se quedase en paro y más reducida cuanto menor fuese esta probabilidad y más años seguidos hubiese trabajado.

De este modo se evitaría los fraudes típicos del que trabaja diez meses y cobra doce, y se aumentarían los sueldos de los que pagan siempre para no recibir nunca. Porque lo que está claro, para mío, es que ese dinero es del trabajador y él, y sólo él, debe decidir si lo gasta en un seguro de desempleo o en unas vacaciones en Ibiza.

¿Cómo lo veis?

 

Los impuestos no se pueden repartir a base de leyes

Dependiendo de la altura a la que vivas, el efecto no es el mismo...

Dependiendo de la altura a la que vivas, el efecto no es el mismo...

Para tratar este tema hay que saber ya algo más de economía, de lo que son las elasticidades de la oferta y la demanda y otras porquerías por el estilo, así que disculpadme si hoy estoy un poco más oscuro que de costumbre.

El precio de algo se fija mediante el cruce entre oferta y demanda. Cuanto más abundante sea algo, menor será su precio, y viceversa. Las leyes que se oponen a esto generan escasez, o estraperlo. El caso más conocido es el de la Ley Seca: se redujo drásticamente la oferta de alcohol, con lo que subió tremendamente su precio, dando lugar a un importante caudal de muertos, en el lado negativo, y a un montón de buenos libros y películas, en el positivo.

Lo que parece más difícil de comprender es que cualquier subvención o impuesto que se introduzca en el sistema es inmediatamente absorbido por el sistema mismo. En el mismo instante en que se da una ayuda al alquiler, suben los alquileres. En el mismo instante en que se aumentan las indemnizaciones por despido, bajan los salarios y las contrataciones.

En qué medida absorbe la oferta y en cual la demanda este efecto depende de la elasticidad, o dicho de otro modo, de lo necesario que sea el bien y de los sustitutos que tenga. Pero en general, estamos ante una redistribución que no siempre va a parar a quien se espera y que, la mayoría de las veces, sale de nuestros bolsillo de una manera o de otra.

Y si no lo creéis, pensadlo un instante: ¿Quién paga un aumento en los impuestos del gasóleo?, ¿el camionero? NO. Todo el mundo que consuma algo que deba ser transportado.

Pues como con eso, pasa con todo.

El impuesto recae en su mayor parte sobre quien tenga menor poder de negociación, y la subvención la absorbe quien tenga mayor poder de negociación. No hay otra.

El mercado no es justo (o se pasa)

Ciudadano confiado...

Ciudadano confiado...

Como leo mucha poesía económica, me he decidido hoy a abordar un tema molesto, aprovechando que ha sido fiesta en muchos sitios y que voy a tener menos lectores:

Al mercado no le importan nuestras pamplinas moralistas. El mercado no se para a pensar si se esfuerza más el que cava zanjas de sol a sol o si tiene mayor valor económico el esfuerzo físico, el esfuerzo intelectual, el riesgo o la rentabilidad. Al mercado le importan un huevo nuestras disquisiciones sobre si debe ganar más un licenciado en Bellas Artes, un fontanero, el ingeniero de un embalse o un paracaidista.

El mercado no piensa: sólo sabe en qué puestos se necesita gente y qué trabajos está dispuesta a desempeñar la mano de obra disponible. Y cuando un puesto es muy solicitado y hay pocas vacantes, el precio baja. Y cuando un puesto tiene más vacantes que personas interesadas en cubrirlo, el precio sube.

El que no esté a gusto con su trabajo, que busque otro. El que no esté a gusto en el campo, que se vaya a la ciudad. El que no esté a gusto en la ciudad, que se vaya al campo. Y el que no esté a gusto como trabajador, que se haga empresario, o viceversa.

La libertad es lo que tiene: que nos hace responsables de nuestras decisiones y, peor aún, de las consecuencias que puedan tener estas decisiones.

Si viviésemos en un país donde, por cuota, nos indicasen a qué trabajo debemos dedicarnos, podríamos muy justamente quejarnos de que no se nos trata justamente. Pero como vivimos en un páis dónde todo, o casi todo, está en nuestro abanico de posibilidades, hacemos lo que queremos y nos amoldamos a lo que pase.

¿No te gusta la oficina? Súbete al andamio. ¿No te gusta el andamio? Estudia y busca una oficina.

Es posible escrutar la realidad en busca de un ejemplo ínfimo que contradiga esto , y se encuentran esos ejemplos, pero siempre lejanos y minoritarios. Pero lo común, lo cotidiano, lo frecuente, es que estemos donde estamos por nuestra propia decisión.

Lo que pasa es que nos olvidamos y nos gusta echar la culpa a otros. ¿O no?

 

Diferencias entre invertir y especular

A veces nos puede el cachondeo con las etiquetas...

A veces nos puede el cachondeo con las etiquetas...

Siguiendo con esta línea de artículos en los que trato de aclarar ideas, vamos hoy a hablar de dos conceptos que nos cuesta diferenciar, y cuya confusión tiene toda clase de efectos perniciosos, desde los económicos a los sociales, porque cuando a un inversor se le llama especulador se esta desincentivando a cualquiera a crear riqueza.

Ya hemos hablado muchas veces de que el hecho de que la empresa esté mal vista en España puede ser una de las raíces de nuestro paro crónico, pero hoy no abundaré en eso, ni me meteré en si hay muchos o pocos especuladores. Hoy vamos a la raíz de la idea:

Especular es comprar un bien con la idea de obtener un beneficio por el simple aumento de precio de ese bien derivado de su escasez, del aumento de la demanda o de otras condiciones del mercado. El especulador no tiene intención de producir nada con ese bien, sino simplemente de conservarlo durante un tiempo para volver a venderlo a un precio superior al que pagó para adquirirlo.

Inversor es el que compra un bien o sufraga su montaje, con la intención de obtener un beneficio de su explotación, o aporta un dinero a una sociedad para que esta lo explote y le pague un rendimiento.

La diferencia es clara: si el capital se integra en la producción, es inversión. Si lo único que hace el bien adquirido es dejar pasar el tiempo, es especulación.

Por tanto, el tío que compra una casa para vivir en ella, vive en ella, o la alquila, y la vende después de unos años no es un especulador. Es un inversor. Si tiene la casa vacía y espera unos años para venderla a un precio superior al que la compró, es un especulador.

Lo mismo sucede en la Bolsa. El que compra acciones para recibir un dividendo o un rendimiento de la empresa de la que se hace accionista, es inversor, y ayuda a la empresa a financiar sus proyectos. El que compra hoy para vender la semana que viene pensando que la acción subirá pro una u otra razón, es un especulador.

Y no juzgo ni a unos ni a otros, porque los especuladores también crean empleo y mueven el mercado, pero es importante distinguirlos. Y más importante aún sería que nuestro sistema impositivo los distinguiera. Me parece a mí, vaya.

 

Que pague el Estado

Que sí no podemos, que si la abuela fuma...

Que sí no podemos, que si la abuela fuma...

Una de las frases más recurrentes que escuchamos pro ahí, al hablar de cualquier cosa, es “que pague el Estado “esto, o aquello. O que tal o cual gasto debería correr por cuenta del Estado.

No sé qué concepto de Estado tendrá la gente, pero empiezo a pensar que muchos no entienden lo que es el Estado, o lo imaginan como un ente divino y paternalista, al que sólo le falta el símbolo del ojo metido en el triángulo para ser eterno y todopoderoso.

El Estado somos nosotros, entendidos como población trabajadora y contribuyente, y cuando decimos que algo, lo que sea, es del Estado, estamos diciendo que es nuestro. Del mismo modo, cuando pedimos que el Estado pague algo lo que estamos pidiendo en realidad es pagarlo nosotros.

Luego, en la práctica, sabemos que el Estado es más de unos que de otros (como la granja de Orwell, donde unos animales eran más iguales que otros), sabemos que siempre pagan los mismos para que los mismos pongan el cazo, y sabemos muchas otras cosas que se apartan de la teoría, pero si no tenemos claro el concepto inicial nos acaban vendiendo cualquier moto por el simple procedimiento de inducirnos a pedir aquello mismo que nos perjudica. Cuando pedimos que pague algo el Estado pensamos automáticamente que se le pedirá el dinero a otros, pero la verdad, la sangrante verdad es que nos lo van a pedir a nosotros, proque lo de hacer quepaguen los ricos para que los demá s recibamos es un truco cainita que se basa en excitar nuestra enviadia para hacernos pagar más. No a los ricos, proque ricos hay pcoos: a la mayoría.

Por tanto, hay que tener bien claro que cuando el Estado estimula la economía con inversiones, o reventando aceras para ponerlas de nuevo, lo que está haciendo en realidad es tomar nuestro dinero y ponerlo a trabajar en unos fines que se entienden mejores que los que nosotros o los empresarios tendríamos para ese dinero.

Cuando el Estado mueve la Economía en vez de ser la Economía la que mueve el Estado, nos encontramos con la paradoja del ciclista que dice que a él lo mueve la bicicleta, en vez de ser al contrario.

Y quizás, cuesta abajo, sea cierto.

En llano, o cuesta arriba, es una chorrada.

 

De dónde salen los servicios públicos

Sujeto pasivo del impuesto del tábaco pasándose a la economía sumergida.

Sujeto pasivo del impuesto del tábaco pasándose a la economía sumergida.

No sé vosotros, pero yo tengo a menudo la impresión de que los servicios públicos, y los presupuestos públicos, padecen del gen borroso: como son demasiado grandes y complejos, parecen venir del aire y se desdibujan en partidas en las que todo el mundo quiere influir sin darse cuenta de que lo que se pone en un lado se saca de otro.

Veo muy bien, y lo digo de veras, la ley de dependencia y que se ayude a las personas que se hacen cargo de los que no pueden valerse por sí mismos. Veo muy bien que haya guarderías públicas, enseñanza pública, sanidad universal y gratuita, y todo un montón más de servicios que, unidos, forman el Estado del Bienestar.

Lo que no podemos pretender es ampliar indefinidamente esos servicios sin ampliar al mismo tiempo la riqueza que los paga.

Lo primero que se debería pensar a la hora de exigir o prestar un servicio público es cuánto va a costar, cuánto va a ahorrar por otro lado, y quién lo va a pagar o de dónde se va a quitar el dinero para poder pagarlo. Sin embargo, esto parece un imposible metafísico, y las distintas administraciones se endeudan hasta el infinito y más allá precisamente porque prestan servicios que no pueden permitirse, o que no producen los ahorros o ingresos que se esperaban.

Un caso de buena praxis, por ejemplo, es aumentar los impuestos al tabaco, ya que lo que se deja de recaudar por impuestos cuando la gente deja de fumar, se ahorra en sanidad. Casos de mala praxis hay demasiado para meterme a detallarlos, pero no me resisto a citar la Universidad: si lo que se invierte en educación no se convierte luego en productividad, investigación, desarrollo o mayor cualificación real de los trabajadores en el mundo de la economía real, estamos tirando el dinero por la alcantarilla.

Los servicios no se prestan porque sí: tiene que tener una contrapartida, y si no la tienen, de algún tipo, desconfiad.

Incluso la sanidad de los viejos la tiene: si sabes que te van a cuidar lo mejor posible cuando no tengas noventa años, tendrás un mayor apego al país y te esforzarás más por él que si sabes que te van a tirar por un barranco como en Esparta.

En cuanto a su coste, no se puede pretender que los servicios los paguen siempre unos para que los disfruten el resto. La solidaridad tiene un límite, y una vez traspasado, entramos en un fenómeno peligroso: en el convencimiento de que los demás te explotan.

Por tanto, o se aumenta la riqueza, o se disminuyen los servicios. Parece evidente, pero muchos se resisten a entenderlo.

 

No es lo mismo trabajo que riqueza.

 

Esto es crear trabajo.               Viñeta: J.G.Villanueva

Esto es crear trabajo. Viñeta: J.G.Villanueva

Perdonadme que venga aquí con la osadía de tratar de enseñar nada. No se trata de dar conferencias sino de hablar juntos unos cuantos temas que creo que son de la máxima importancia, a juzgar por las cosas que leo en los comentarios, escucho en lo bares y me encuentro cada vez más repetidas.

Creo que hay una listas de asuntos que conviene dejar claros, aunque sólo sea para que no nos la sigan metiendo doblada aprovechándose de nuestra ignorancia, de lo difusos que tenemos los conceptos y, en resumen, de que no nos enteramos de cómo funcionan las cosas de las que dependemos.

La primera cuestión es la diferencia entre trabajo y riqueza. A todos se nos llena la boca diciendo que hay que crear trabajo, y eso es una solemne majadería. No se trata de eso, sino de crear riqueza. Y es imprescindible que se nos meta de una vez entre ceja y ceja que no hay nada más fácil que crear trabajo. ¿Os lo demuestro? Prohibiendo los tractores y obligando a que toda la producción agrícola tenga que hacerse a mano. Se crea una cantidad de trabajo de la leche. Y prohibiendo los camiones para hacer el transporte de mercancías en burro, ni os cuento. Y suprimiendo los telares industriales para tener que producir todo el textil a mano, ya se baten plusmarcas. ¿Queda claro? Pues vale.

Por tanto, no hay que crear trabajo, sino riqueza. La riqueza se crea cuando somos capaces de producir todo lo que necesitamos en menos tiempo y de modo más barato, de manera que nos sobren horas y recursos para otras actividades, ya sean industriales, comerciales o simplemente de ocio.

¿Os lo resumo más? Ser tonto da mucho trabajo, pero ninguna riqueza.

Y quizás vayan por ahí los tiros de nuestra falta de competitividad: empresarios que no saben llevar sus empresas y trabajadores que no saben desempeñar sus puestos. Los primeros quiebran, los segundos revientan, y no se produce ninguna riqueza.

Sólo ruina y mala leche.

La hipoteca urgente

Cliente probando la hipoteca antes de firmarla

Cliente probando la hipoteca antes de firmarla

Hipoteca urgente: la verdad es que la combinación de estas dos palabras ya da miedo de por sí y suena fatal, pero habrá que hablar de ella igual que en las enciclopedias médicas hablan de enfermedades.

La hipoteca urgente es una variedad de la hipoteca de toda la vida, pero en plan reunificación de deudas y otros chiringuitos financieros por el estilo. Si buscamos una hipoteca urgente tenemos que saber que las entidades que las conceden no suelen ser los bancos de siempre, sino que se trata de agencias, consultorías y otros intermediarios que actúan como prestamistas o gestores con el banco, llevándose una comisión a cambio, como es normal. Si alguno conoce una ONG de hipotecas, que me avise, por favor.

En general, los clientes típicos de la hipoteca urgente suelen ser trabajadores por cuenta propia, autónomos, pensionistas o empresas que por distintas razones no puedan conseguir una fuente de financiación tradicional.

Como era de esperar, estas hipotecas son mucho más caras, y suelen tener una letra pequeña aún más venenosa que las de siempre. Por tanto, conviene fijarse mucho ojo en lo que se firma (como de costumbre, pero más, y pensando mal en todo lo que deje el menor resquicio a la duda), pagar un abogado si hace falta para que revise el contrato y vigilar algunos aspectos concretos, como las tarifas de intermediación, el estudio previo, las comisiones y penalizaciones por impago de algún recibo, los intereses de demora y hasta, ¡alucinemos! el monto de la cantidad que hay que devolver, pues no faltan casos en los que una vez pagada toda la hipoteca aún se debía dinero porque sí, porque estaba firmado, y porque nadie lo miró.

O sea que en caso de peligro mortal, vale. Pero fuera de eso, alejaos de la hipoteca urgente.

 

 

Subir los impuestos a los ricos

Ricos indefensos ante las medidas del Gobierno.

Ricos indefensos ante los impuestos

La última de las medidas adoptadas, o anunciadas, por el gobierno para reducir el déficit es el aumento de los impuestos a las rentas más altas.

En este sentido, me gustaría que me permitieseis, excepcionalmente, tratar de razonar con el cerebro en vez de con el hígado o con el bazo. Y si alguno tiene incluso el valor de acompañarme, pues muchas gracias, porque me temo que me sentiré muy solo.

En principio parece justo y razonable que en vez de recortar servicios que normalmente aprovechan los más humildes se apriete un poco más a los ricos, pues a ellos se les pide una parte mayor de su sobrante, y no una parte de lo que inexcusablemente necesitan para vivir. Hasta ahí, de acuerdo.

El Gobierno, a la llamada de la parte más ultramontana de la catacumba izquierdista, ha tratado de compensar la impopularidad de los recortes que hemos descrito durante las semanas anteriores anunciando que subirá los impuestos a los ricos, para que colaboren más. Vale.

Ahora, por favor, veamos dos cosas:

-1- La ecuación básica de la economía es que la inversión sólo procede del capital. Todo lo que sea detraer capital, y más aún detraerlo para el gasto corriente y moliente, reduce la inversión. Seamos serios, amigos: los pobres no ponen empresas ni dan empleo, porque bastante tienen para ellos con buscarse la vida y llegara fin de mes. Si se aumentan los impuestos a los ricos, aun en el supuesto de que el dinero estuviese en una vasija estanca, la inversión disminuye y crece el paro.

-2-Pero tenemos además la gran, grandísima putada, de que el dinero no está prisionero en una vasija estanca, sino que puede salir, y a toda leche, en la dirección que más le apetezca. Por esta razón existe lo que llamamos competencia en el mercado de capitales, y por eso los bancos centrales fijan un tipo de interés que afecta al cambio de las distintas monedas, etc.

Así las cosas, y como los distintos estados compiten entre sí por los capitales, una subida de impuestos a los que tienen el dinero hará que, de inmediato, a una velocidad tres veces superior a la de la luz, los capitales se desplacen a un sitio donde los impuestos sean menores y la rentabilidad aproximadamente la misma. Como en la zona euro el tipo de interñés es igual para todos, ¿qué le cuesta al dinero que está en España marcharse a Francia, o peor aún, a Luxemburgo? NADA.

Por tanto, cualquier subida de impuestos a los ricos, produce los siguientes efectos:

Descapitalización del país.

Reducción de la inversión y aumento del paro.

Dificultades de la banca para prestar dinero y para cumplir sus compromisos. O sea, menos y más duras hipotecas

-Y finalmente, una menor recaudación, porque por cada euro que cobras a mayores al que se quedó, pierdes tres que has dejado de cobrarle al que se ha ido.

O sea, una idea genial.

Por lo menos, para suicidarse es genial. Os lo aseguro.

 

 

 

 

Autonomías y ayuntamientos ahorrando (o no)

Casa pensativa pensando en la hipoteca y en el IBI municipal.

Casa pensativa pensando en la hipoteca y en el IBI municipal.

Ya casi terminamos con la batería de medidas concretas para reducir el déficit. De hecho, creo que estamos ya en los brindis al sol, una vez que se han terminado las partidas más novedosas.

Dentro de lo anunciado tenemos la intención de hacer que comunidades autónomas y ayuntamientos ahorren 1.500 millones de euros el año próximo. Por si no lo sabíais, las administraciones autonómicas y las corporaciones locales son las que deciden y administran el 36% de los gastos del Estado.

Como ya habréis oído, algunas comunidades y ayuntamientos se han opuesto a la bajada de sueldo de los funcionarios, pero en mi opinión se trata de un gesto demagógico, y por dos motivos: porque les viene mejor que a nadie poder ahorrar unos duros y porque este tipo de bajadas han de ser aceptados por ley.

Por otra parte, supongo que ya estaréis enterados del último esquinazo que dio el Gobierno a la realidad con la norma que prohibía a los ayuntamientos endeudarse. En principio, la norma entraba en vigor ya mismo, pero luego, en la fe de erratas del BOE, se corrigió y se dijo que la prohibición de endeudarse entraba en vigor el 1 de enero de 2011. O sea que podéis ver que en España se legisla hasta con la fe de erratas.

¿Cómo veis este asunto?, ¿creéis que esto es lo que más va a doler, puesto que ayuntamientos y Comunidades son las que realizan el gasto más cercano al ciudadano?

¿Creéis que habría que apretar por otro lado o que son estas entidades las que más deberían recortar?

En algunos países como Grecia e Italia se está reduciendo por ley el número de municipios y provincias. En Grecia se eliminan cientos de ayuntamientos, que serán absorbidos pro otros cercanos de mayor tamaño y en Italia se habla de eliminar hasta nueve provincias ¿Deberíamos hacer algo así por aquí o sería meterse en el avispero?

¿Se ahorraría algo con una reorganización territorial del Estado?

 

 

Recorte de las inversiones publicas

Hasta los lavabos lo ven chungo...

Hasta los lavabos lo ven chungo...

Por fin hoy le llega al turno a las inversiones públicas. Supongo que a estas alturas nadie confunde inversión con gasto, pero de todos modos no está de más decir que un recorte del déficit que afecte a la inversión en vez de al gasto es propio de un tuercebotas presupuestario, que es lo que sospecho que tenemos por aquí. No suelo hacer esta clase de afirmaciones, como sabéis, pero en esta ocasión no me queda más remedio.

Según el plan previsto, el recorte de la inversión pública será de 6045 millones de Euros en lo que respecta a la parte estatal, que se suman al recorte de 5.000 millones para 2010 ya incluido en el Plan de Austeridad. Por tanto, hablamos de casi dos billones de las antiguas pesetas.

Según ha reconocido ya el ministro de Fomento, José Blanco, la reducción en la inversión supondrá un retraso en las obras acordadas de un máximo de un año y una media de seis meses. Por lo que dijo luego, o lo que se pudo entender entre líneas, parece que algunas obras aprobadas y presupuestadas pueden desaparecer hasta nuevo aviso. Por supuesto, de todo lo programado sobre vivienda de protección oficial, no se ha vuelto a saber nada. 

No obstante, aquellas infraestructuras cuya ejecución se encuentra muy avanzada, como es el caso de la línea de AVE Madrid-Valencia, que está prevista que entre en funcionamiento a finales de año, no parece que vayan a sufrir demora, al menos de momento. Lo que no se sabe es qué infraestructuras concretas se verán afectadas, porque esto ya parece parte de otra guerra diferente: saber a quién le tocará pringar y quién sacará a delante lo suyo.

Por mi parte,  sólo quiero expresar la causa de mi cabreo con razonamiento sencillo: si se hicieron obras a lo tonto en el Plan E para reactivar la economía y dar trabajo a la gente, ¿cómo es posible que ese mismo procedimiento no sea útil ahora cuando se trata de obras necesarias en lugar de mamonadas?

En fin, os traslado el tema a vosotros:

¿Qué opináis del recorte en las inversiones?

¿Para esto tanto plan E?

¿Se dejan de hacer ferrocarriles y autovías mientras se gasta en los ayuntamientos en levantar aceras?

¿Cómo creéis que afectará este tipo de medidas al empleo y al crecimiento económico?

¿Somos keynesianos, somos New Deal o simplemente somos idiotas?

 

Condiciones para la jubilación

Hay cosas que no cuadran...

Hay cosas que no cuadran...

Hoy vamos a hablar de la jubilación y las condiciones que se precisan para alcanzar esa isla deseada. Aunque las medidas del Gobierno sólo alcanzan a la jubilación parcial me gustaría que entre todos debatiésemos el tema un poco más en profundidad.

Lo concreto es que se elimina el régimen transitorio para la jubilación parcial previsto en la Ley 40/2007. Os pondría un enlace a ella, pero no creo que haya nadie por aquí con tanto coraje ni aburrimiento parea leérsela, o sea que paso.

En 2007 se endureció la normativa sobre el modo en que algunas personas pueden reducir su jornada antes de jubilarse a los sesenta y cinco años, uniendo los ingresos de su trabajo a los que aportase la Seguridad Social.

Ahora, la posibilidad de la jubilación parcial se elimina completamente, con lo que quien quiera jubilarse de modo parcial tendrá que hacerlo a sus expensas.

Y me pregunto y os pregunto yo: ¿y no sería más lógico que en vez de entrar a por el chocolate del loro acabaran de una vez con las prejubilaciones masivas en bancos, entes públicos y sectores elegidos por la mano divina?, ¿no se dan cuenta de que esas prejubilaciones reducen costes a unos pocos y las pagamos entre todos?

¿No será que ya le dieron la prejubilación a todo el que se la querían dar y ahora toca la hora de apechugar hasta el final a los que quedan?

Una vez más nos encontramos ante la dualidad de los que se jubilan con cuarenta y cinco años (los hay, creedme) y consiguen que paguemos sus pensiones de dos mil euros a escote, y los que tienen que aguantar a los sesenta y cuatro encima del andamio, porque no tienen detrás un grupo de presión que los socorra.

Como siempre, nos vemos ante la duplicidad del embudo: al que pilló a tiempo, todo. Al que llegó demasiado tarde, cuarenta latigazos.

¿Cómo veis vosotros el tema de las prejubilaciones?