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La hipoteca y el trabajo. Sobrantes y sobreros

El trabajo y el trabajador, haciendo como que se llevan bien...

El trabajo y el trabajador, haciendo como que se llevan bien…

Porque sí, al final podemos hablar mucho de subidas o bajadas en el precio de la vivienda, de subidas o bajadas en los tipos de interés aplicables a las hipotecas o de si los bancos necesitan limpiar su balance o encontrar demanda solvente, pero lo cierto, lo real, es que el mercado hipotecario depende de manera directa del mercado laboral.

Y en ese berenjenal nos vamos a meter, a ver qué tal respira la cosa.

El BBVA Reaseach, uno de esos institutos encargados de analizar datos por cuenta de un banco, llegó a la conclusión a finales del pasado año de  que España acabaría padeciendo un desempleo estructural del 18%, una vez que terminase la crisis. ¿Nos damos cuenta de lo que eso supone? Cuando las cosas vayan bien, si es que se arreglan, casi uno de cada cinco españoles estará clasificado en el apartado de sobrantes

A eso, según la misma fuente, habrá que añadir un empleo a tiempo parcial,  que en España no es una opción que la gente prefiera, sino que le viene impuesto, que se situará en un 25% o 30%. ¿Lo vemos? 18% de gente sin ningún trabajo, 30% de gente con la mitad del trabajo, que es como decir 15% sin ninguno.

Pero no acaba ahí la cosa: también habrá que sumar una temporalidad que, aunque los contratos de trabajo tiendan a unificarse, difícilmente bajará del 20% por la propia estacionalidad de numerosos subsectores de la economía española, lo que supone un desempleo equivalente de no menos de 7,5%, por aquello de que en unas épocas trabajarán unos y en otras otros.

Por lo tanto, cuando la crisis finalice, cuando la economía se  tranquilice, la gracia del asunto estará en que España lucirá un desempleo real cercano al 30%. Lo disfrazarán, sin duda, con treinta ropajes, como hacen ahora, pero esa será la proporción mínima de españoles pasándolas negras.

Visto así, ¿creemos de verdad que llevan camino de recuperarse las hipotecas?

Hipoteca y derechos. ¿Sabemos de lo que hablamos?

Pues no: no es una oveja...

Pues no: no es una oveja… Ni tampoco una foto trucada.

Vengo de leer ahora mismo un saco de comentarios sobre el referéndum suizo sobre la limitación de entrada en el país a los miembros de la Unión Europea y he terminado de convencerme de que al gente no tiene ni idea de lo que son una serie de conceptos básicos que marcan el sentido de nuestra sociedad y nuestras instituciones.

Y ya me pasó el otro día leyendo los comentari0s a mi último artículo sobre las expropiaciones, multas y demás castigos contra los pisos vacíos. Conste que me encanta que se comenten los artículos y debatir con los lectores, siempre que se puede, pero cada vez me convenzo más de que algunas cosas, que consideraba bromas o intentos de desviar la atención hacia lo populista, las piensa la gente en serio. Y alucino.

Así que una vez más, y van cien, me veo obligado a ir al origen de los conceptos.

¿Sabemos lo que es el derecho al trabajo? ¿Sabemos lo que es el derecho a la vivienda? ¿sabemos, incluso, lo que significa el concepto de democracia? ¿O simplemente tenemos una idea caga que leímos en el envoltorio de una piruleta?

El derecho al trabajo que consagra la constitución, significa, más ni menos, que nadie puede impedirte trabajar, ni siquiera por sentencia judicial. Te pueden encarcelar, poner multas, expulsarte el país o lo que regule la ley para cada caso, pero nunca y bajo ninguna circunstancia se te puede prohibir  ganarte la vida con el trabajo. Este artículo legal pretende combatir aquella práctica comunista mediante la cual no se podía trabajar sin estar afiliado al sindicato, y no se podía uno afiliar al sindicato si no te avalaba el partido o los respresentantes de zona (o sector), con lo que se conseguía que un elemento no afín se muriese de hambre, pues no lo afiliaban al sindicato y no podía trabajar.

Eso significa el derecho al trabajo, y no que alguien tenga que darte un empleo, pagarte un salario y afiliarte a la Seguridad Social. Eso ya no es un derecho propio: eso es imponerle, porque sí, una obligación a otro.

Con el derecho a la vivienda sucede los mismo: el artículo de la constitución que regula el derecho a una vivienda digna se refiere a que nunca se te puede obligar a vivir en un puñetero cuchitril, o en condiciones insalubres. Y se refiere a un hecho que ahora ya no vemos tan a menudo, pero que en su momento era muy habitual: las viviendas que facilitaba la empresa a sus trabajadores y en las que a. a menudo, era obligatorio o casi obligatorio residir.

Un ejemplo, por poner uno cualquiera, eran las casa cuartel de la Guardia Civil, donde los guardias debían residir obligatoriamente o los pabellones obreros de las minas o de las azucareras, que yo recuerdo tan bien.

Por lo tanto, el derecho a la vivienda que regula la constitución hace alusión a que no puedes ser obligado a vivir en la calle (derecho a que no te echen de casa como se hacia con los judíos durante el III Reich, antes de pasar a medidas peores) ni tampoco se te puede forzar a vivir en una vivienda que no cumpla las condiciones mínimas.

Pero no significa que te tengan que regalare una vivienda, ni que los demás te tengan que pagar tu casa, ni tu alquiler, ni tu hipoteca, porque la vivienda es un derecho. Tienes derecho a residir en una vivienda digan, pero te la pagas tú, la consigues tú y la barres tú. El derecho alude a lo que no te pueden obligar, no a lo que te tienen que dar.

Y si la vivienda deja de ser digan porque no has sacado la basura en un año, no tienes derecho a exigir que vengan los vecinos a sacarte la porquería. ¿Se entiende mejor así?

Porque es increíble lo que uno tiene que leer y escuchar algunas veces…

 

 

Lo fácil que es crear trabajo (y lo idiota que resulta)

Ya sabe cómo acabar con el paro.

Ya sabe cómo acabar con el paro.

Llevo tanto tiempo leyendo que el problema de España es la falta de trabajo, que voy a acabar por creérmelo, así que he decidido reflexionar un poco a ver si me despego de esa costra de tópicos, tonterías y lugares comunes que amenazan con pegarse para siempre a los restos de mi pobre lógica.

El problema de España no es que no seamos capaces de crear trabajo, sino que no somos capaces de crear riqueza.

El trabajo lo crea un chimpancé o un comunista cualquiera: basta con darle una escoba a cada desempleado y pagarle un sueldo por barrer el arcén de la autopista transiberiana (cosa que ya se hizo, más o menos) o crear empleos públicos para gestionar la gestión de la gestión de la gestión de la administración del negociado de timbre, rúbrica y papeleo (que aún se hace cuando se puede).

Lo difícil, y a ver si nos enteramos, es cada trabajo genere la riqueza suficiente para pagarse a sí mismo, el uso de los recursos que emplea y la construcción y mantenimiento de las infraestructuras que utiliza. Lo difícil es darle un sueldo a la gente y conseguir que esa propia gente sea la que se lo gane, sin tener que sacarle ese dinero a otros.  Hacer cucharas de madera en el río Volga, o cavar zanjas en los Monegros puede ser una manera interesante de saber quién necesita de veras un empleo y quién no, pero desde luego es un sistema perfectamente inútil y perfectamente inmoral de salir de una crisis o de intentar conducir un país por el camino de la prosperidad.

Por eso, los que creen que saliendo del Euro crearíamos más empleo se olvidan de que con semejante medida podríamos tener trabajo todos, pero nuestro trabajo no valdría gran cosa, y nos resultaría complicado conseguir, por ejemplo, las divisas necesarias para comprar el petróleo que consumimos. Por decir algo.

Cualquier remedio económico que no pase por producir más o producir mejor, es en el fondo un retorno a las cucharas de madera, los limpiadores de autopistas o los empleos de farolero, uno para cada farol, con tal de no ver a nadie parado.

Un autoengaño.

La hipoteca como ancla

Los abuelos lo veían de otro modo...

Los abuelos lo veían de otro modo...

Las encuestas del CIS , como todos sabemos, sirven lo mismo para freír un calcetín que para coser un huevo. En la última de ellas, la correspondiente al mes de febrero, se ofrece un dato bastante curioso:

Ni siquiera en estos tiempos de galopante desempleo la mayoría de los españoles está dispuesto a cambiar de domicilio a cambio de encontrar un puesto de trabajo. O sea que no hay que ser tan pesimistas, porque si las cosas fuesen tan mal como a veces pensamos, los resultados de esta encuesta serían otros.

Así dice, más o menos el informe del CIS:

A la pregunta de si el entrevistado estaría dispuesto a vivir en otro lugar de España, de Europa o en países extracomunitarios, el 59,1% asegura que no se mudaría ni siquiera dentro de España, el 67,7% dice estar “poco” o “nada” dispuesto a trasladarse dentro de la Unión Europea y el 74,1% responde de igual manera respecto a terceros países fuera de la Unión.

Por la contraparte, sólo estarían muy dispuestos o bastante dispuestos a marcharse el 36% si el traslado se produce dentro del país, mientras que el 27,5% se iría a algún lugar de la UE y sólo el 20,6% viajaría más lejos.

O sea, y resumiendo, que seguimos atados a la mentalidad de que el trabajo tiene que venir a nosotros en vez de ir nosotros a donde el trabajo esté.

En mi opinión, eso denota dos cosas: en primer lugar, la obvia, que es que los españoles mayoritariamente queremos un sueldo, pero no tanto un trabajo, por mucho que haya, como siempre, gente que dispuesta a hacer el esfuerzo de mudarse o lo que sea.

En segundo lugar, algo de lo que no habla el informe del CIS: que nuestro sistema de vivienda en propiedad, hipoteca y letra mensual, ya sea propia o de la familia, desincentiva la movilidad de la gente, que tendría que seguir pagando la hipoteca y buscarse otra vivienda.

Con ese sistema y esa mentalidad es muy difícil adaptarse a un mundo donde la principal característica es la velocidad de cambio. Casi imposible.

El fin del trabajo (y de la hipoteca)

Por fin jubilado. Ah, que no es eso...

Por fin jubilado. Ah, que no es eso...

La hipoteca la menciono porque en este sitio hablamos de eso, pero hoy no me voy a meter con la hipotecas, sino con un tema que a todos nos interesa aún más: el trabajo.

A mi entender, cada día está más claro que que el trabajo, entendido como creación efectiva de riqueza y no como abrillantamiento de bordillo, escasea y seguirá escaseando.

Durante largos periodos de la historia humana, por no decir siempre, las mejoras tecnológicas destruían empleo, pero generaban a su vez nuevos sectores en los que dar trabajo a la gente desempleada con la invención de máquinas o nuevos procedimientos. Todos creemos a pies juntillas esa profecía de que si alguien inventa el tractor y elimina mil campesinos, se necesitarán mil empleados en la fábrica de tractores y el problema quedará más o menos resuelto.

Pero el caso es que de unos años a esta parte no es así. El caso es que la globalización y la fusión de los procesos lleva justo a todo lo contrario. Y si queréis, lo miramos en mi sector, el de los escritores, o pensáis en el de los músicos, y luego lo extrapolamos a donde mejor os parezca: hasta hace cien años, en cada pueblo había una banda de música, y en cada ciudad mediana o pequeña, un teatro. Eso llevaba a que hubiese miles de actores, fijos o itinerantes, que representaban obras en todas esas localidades. Pero llegó el cine, y con que las historias las interpreten cien actores, el mundo entero los ve. Y el resto se va al paro. Y se van al paro los músicos, porque se trata ahora de vender los mismos cantantes en cien países. Y se van al paro los escritores, por que vale más la pena traducir a Ken Follet o una nueva entrega de Harry Potter que apostar por un autor de León, o de Albacete.

Todo es cuestión de costes o de sinergias: es más barato vender diez músicos o diez escritores a cien millones de personas que publicitar veinte en cada país. 

Y como eso, que es un simple ejemplo, sucede con todo. España fue bien mientras pudimos mantenernos atados al ladrillo, y no porque el ladrillo fuese mejor, sino porque no se puede, de momento, hacer pisos en China para llevarlos a Marbella. O dicho en plan técnico: porque no e s un producto deslocalizable.

Para mí, la clave del enfrentamiento futuro, y de esta crisis, es que somos muchos, demasiados incluso, y unos pueden crear riqueza mientras que los otros se han vuelto irrelevantes: ni pueden comprar lo que se vende ni vender lo que producen. Esa irrelevancia es la que hay que enfrentar, pero como ya dije hace tiempo en otro lado, no se puede intentar tal cosa desde la estigmatización de los ricos, porque si el que piensa, produce e invierte es culpable, entonces más vale ser tonto, inservible e inocente.

Y eso parecen dar a entender algunos últimamente.

Más beneficios y menos trabajo

 

Cuando todo estaba por las nubes, a nadie le pareció raro que volasen los peces.

Cuando todo estaba por las nubes, a nadie le pareció raro que volasen los peces.

Todos los sabíamos, pero nos lo acaban de confirmar: según la OCDE, en 2011 puede producirse una recuperación de los resultados de las empresas, pero sin que eso afecte positivamente a las cifras de desempleo. La salida de esta crisis, por tanto, podría producirse sin que se apreciase una mejora en el empleo.

Puede parecer raro, pero no lo es en absoluto: la mejora de los sistemas de producción hace que cada vez menos personas sean necesarias para producir lo que todas necesitan. Si a eso añadimos que antes, hace veinte años, unos pocos países producían y exportaban, y que ahora todo el mundo compite por la tarta del mercado, el problema está servido. 

 Para evitarlo, los jefazos de Bruselas aconsejan que se aborden las reformas laborales necesarias, de modo que sea posible contratar a más gente, exista una mayor movilidad geográfica y funcional y la vida laboral del individuo no pase por un sólo tornillo en la cadena de montaje, además de etc., etc.

Lo que dicen en realidad, y estoy seguro de que ya lo habíais adivinado, es que se bajen los sueldos, porque de lo contrario será más rentable producir en cualquier otro lado y el desempleo se convertirá en una especie de enfermedad crónica, sobre todo en algunos países, como el nuestro, donde nunca nos ha entrado muy claramente en la cabeza el significado de la palabra competir.

En otros tiempos, existía una manera de bajar los sueldos a todo el mundo sin que la gente protestase: la devaluación de la moneda. ¿Pero cómo hacemos ahora para decirles a los españoles que su trabajo no lo quiere nadie y que sólo podemos competir con los chinos trabajando más o más barato que los chinos? ¿Cómo salimos del pozo infernal que supone no tener mercado interior y no poder competir en el mercado exterior?

Parece muy grave y lo es, pero el problema no se detiene ahí: el problema es que necesitamos devaluar nuestro trabajo y nuestros salarios en un momento en que estamos endeudados hasta las cachas con hipotecas pensadas y diseñadas para unos salarios que nunca llegaremos a cobrar. Si todo se mueve hacia un nuevo escenario económico donde ganaremos menos y nuestro trabajo será cada vez menor y de menos valor, ¿cómo esperan los bancos recuperar el dinero de nuestras hipotecas?

Por eso los bancos y los gobiernos están también como están: porque la solución no está clara, sobre todo en los países, como el nuestro, que dependen demasiado de cosas como poner ladrillos y servir cervezas. Cosas que, reconozcámoslo, puede hacer cualquiera.

 

Democracia y trabajo

votante de la empresa en plena reflexión

votante de la empresa en plena reflexión

Hoy quiero que el echemos un poco de imaginación al asunto, por aquello de que el mundo real, del que estoy tratando de hablar últimamente, está formado fundamentalmente por personas.

La dialéctica marxista, que para bien y para mal se ha introducido en nuestras mentes, nos ha acostumbrado a pensar que los patronos pertenecen a la clase patronos y nunca dejan de serlo. Los trabajadores, pro su parte, pertenecen a la clase obrera y nunca dejan de serlo tampoco, a menos que la revolución les dé el poder conduciendo a la sociedad a la dictadura del proletariado.

El proceso intermedio se llama lucha de clases y se expresa en una constante pelea por salarios, derechos y medios de producción.

Sin embargo, en el mundo real, la cosa es diferente. Un trabajador puede tener una idea, ahorrar, pedir un préstamo y convertirse en patrono. Y lo que aún es más grave: a un patrono se le pueden hinchar las narices de tanto sufrir trabas, echar el cierre a la empresa y convertirse en asalariado de otro, o simplemente en clase pasiva, o en turista en las Bahamas.

Las clases, por tanto, no son cuestión genética ni inamovible. Y la solidaridad de clase, menos.

Y ahí es donde yo voy con la pregunta de hoy, que espero no me toméis muy a mal:

Una empresa con 500 trabajadores atraviesa por un mal momento. La patronal propone un referéndum a los trabajadores, con estas dos opciones: O se rebaja el salario un 20 % a todo el mundo, o se despide a 100 trabajadores. De otro modo la empresa no será viable. En la propuesta se incluye también el compromiso de subir el sueldo esa misma cantifdad o recontratar a los 100 despedidos cuando las cosas vayan mejor.

Decidme, por favor, qué opción creéis que ganaría el referéndum y por qué.

Y si alguno se atreve, que diga lo que él o ella votarían.

La cosa va a dar de sí….

 

 

No es lo mismo trabajo que riqueza.

 

Esto es crear trabajo.               Viñeta: J.G.Villanueva

Esto es crear trabajo. Viñeta: J.G.Villanueva

Perdonadme que venga aquí con la osadía de tratar de enseñar nada. No se trata de dar conferencias sino de hablar juntos unos cuantos temas que creo que son de la máxima importancia, a juzgar por las cosas que leo en los comentarios, escucho en lo bares y me encuentro cada vez más repetidas.

Creo que hay una listas de asuntos que conviene dejar claros, aunque sólo sea para que no nos la sigan metiendo doblada aprovechándose de nuestra ignorancia, de lo difusos que tenemos los conceptos y, en resumen, de que no nos enteramos de cómo funcionan las cosas de las que dependemos.

La primera cuestión es la diferencia entre trabajo y riqueza. A todos se nos llena la boca diciendo que hay que crear trabajo, y eso es una solemne majadería. No se trata de eso, sino de crear riqueza. Y es imprescindible que se nos meta de una vez entre ceja y ceja que no hay nada más fácil que crear trabajo. ¿Os lo demuestro? Prohibiendo los tractores y obligando a que toda la producción agrícola tenga que hacerse a mano. Se crea una cantidad de trabajo de la leche. Y prohibiendo los camiones para hacer el transporte de mercancías en burro, ni os cuento. Y suprimiendo los telares industriales para tener que producir todo el textil a mano, ya se baten plusmarcas. ¿Queda claro? Pues vale.

Por tanto, no hay que crear trabajo, sino riqueza. La riqueza se crea cuando somos capaces de producir todo lo que necesitamos en menos tiempo y de modo más barato, de manera que nos sobren horas y recursos para otras actividades, ya sean industriales, comerciales o simplemente de ocio.

¿Os lo resumo más? Ser tonto da mucho trabajo, pero ninguna riqueza.

Y quizás vayan por ahí los tiros de nuestra falta de competitividad: empresarios que no saben llevar sus empresas y trabajadores que no saben desempeñar sus puestos. Los primeros quiebran, los segundos revientan, y no se produce ninguna riqueza.

Sólo ruina y mala leche.

Esperando las reformas

El Sol Invicto por quien tanto brindan

El Sol Invicto por quien tanto brindan

No sé si es que estamos tontos o es que creemos que todo se arregla frente al mundo por el mismo procedimiento de dejar las cosas para nunca como hacemos aquí.

Hace meses, casi un año, que el Gobierno afirma que es urgente abordar las reformas estructurales necesarias para adaptar nuestro mercado laboral y nuestro modelo productivo a las necesidades de esta crisis. Desde entonces, son millon y pico los españoles que han perdido su trabajo, decenas de miles las pequeñas (y no tan pequeñas) empresas que han cerrado y centenares de miles los españoles desahuciados de sus viviendas o con la soga al cuello, tirando de sus últimos ahorros.

Y las reformas no llegan.

Unas veces se opone la patronal, otras los sindicatos, y otras el lucero del alba, pero el Gobierno, que es quien tiene la responsabilidad de hacer algo, lo que sea, aunque se equivoque, prefiere dejar para más adelante lo que no puede esperar.

¿Se piensan que el mercado de trabajo y el modelo productivo son como la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña, que va ya para cuatro años pudriéndose en el Tribunal Constitucional?

Si están en esas, se equivocan: lo que hagamos entre nosotros, y lo mucho que nos burlemos de la independencia de los jueces o de nuestra propia Constitución se la bufa a todo el mundo, mas o menos. Lo que hagamos con nuestros modos de contratación nos afecta a todos, y se mira con lupa desde los despachos de los inversores internacionales, cada día más convencidos de que no se debe invertir un duro en España porque aquí no se decide nada real.

Enfrascados en discusiones y en maniobras electoralistas, nuestros gobernantes han decidido no decidir. Pero las hipotecas no se discuten. Se pagan o no se pagan. Y el trabajo no se discute: se tiene o no se tiene.

Los brindis al sol, para los mitraicos. Los demás, cristianos, ateos, judíos y musulmanes, necesitamos que alguien haga algo y lo haga de una vez.

Lo que sea, pero ya.

Rentas del trabajo y rentas del capital

Grupo contestario comprando pancartas.

Grupo contestario comprando pancartas.

Las rentas del trabajo son la suma de todo lo percibido por los trabajadores de un país en concepto de salarios. Las rentas del capital son el conjunto de lo obtenido por el capital en concepto de beneficios, intereses y dividendos.

¿Y a qué viene esto? Os preguntaréis.

Pues a que este reparto de las rentas ha sido muy desigual en España en los últimos treinta años, de modo que las empresas han ganado más cada vez, permitiéndose crecer en el exterior y comprar empresas de otros países, mientras que el salario real de los españoles se ha visto congelado.

De esta ecuación, en última instancia, procede la desccordinación entre los precios de la vivienda, por ejemplo, y los salarios de los trabajadores, y de aquí procede también nuestra sensación de ser más pobres cada día.

Como las altas instancias se dieron cuenta de ello, se promovieron dos soluciones que no le costasen dinero realmente al capital. De ese modo nos tendrían callados y podrían mantener o incrementar su parte del pastel:

Sustituir los ingresos pro capacidad de endeudamiento. Antes usted podía comprar poco, y ahora puede comprar mucho más porque los préstamos y las hipotecas han bajado una burrada. Es cierto, pero sólo una manada de grandes imbéciles puede picar en eso sin darse cuenta de que el dinero hay que devolverlo.

Abaratar lo que yo llamo la juguetería. Los bienes realmente necesarios disparan su precio, pero la electrónica, cierto tipo de entretenimiento y algunos artículos de ocio se han abaratado considerablemente.

¿Cual es el objetivo coincidente de ambas medidas? Que la gente tenga impresión de prosperidad. Impresión, pero no dinero.

Para cruzar el río nos han convencido de que no hay nada mejor que la foto del puente. Pero el puente no, que eso es suyo.

Bueh.